LA REPÚBLICA DE LAS LETRAS
¿Una república? ¿Qué tienen que ver las letras con ella? Eso mismo me preguntaba yo. Y no supe la razón de por qué estaban relacionadas hasta que fui, hasta que me adentré en esa pequeña gran república de las letras de la Plaza Chirinos.
Viendo la fachada de paredes blancas pensé que el establecimiento no sería grande, sino más bien, un lugar pequeño, acogedor. Sin embargo, y para mi sorpresa, no fue así.
Nada más entrar, me recibió un olor que parecía querer transmitir antigüedad, y que acompañaba al silencio, interrumpido solamente por el ruido de una cafetera.
En la parte izquierda de la librería pude ver varias estanterías y mesas llenas de libros bien colocados.
En la derecha, una barra. Sí, una barra de las que tienen todos los bares. Y allí, la cafetera.
Un hombre de unos cincuenta y cuatro años estaba preparando un café recién echo a un cliente.
Justo en frente de la entrada, más estanterías, y más libros. Sin embargo, un poco más a la derecha vi un pequeño pasillo.
Hacia él se dirigía el hombre del café recién echo así que decidí seguirle. Tras atravesar el corto pasillo contemplé otra habitación un poco más grande que la anterior donde había, si cabe, más libros.
En un lateral, una pequeña abertura en la pared que daba a una salita pequeña donde hombres y mujeres mayores estaban sentados, cada uno con su bebida y escuchando atentamente a la mujer que daba la charla.
Pequeños rincones de una librería que sin duda aún podía sorprenderme más ya que, no fue la charla, ni tampoco la gran cantidad de libros los que llamaron mi atención, sino el piano negro, brillante e imponente que se encontraba en un lateral ocupando gran parte de la estancia.
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